Cuando niña soñaba con ser muchas cosas, todas las profesiones del mundo pasaban por mi mente, un día quería ser una cosa, al otro día quería ser otra, jugar a interpretar personajes era uno de mis pasatiempos favoritos, quizás muchas mujeres lo hacían también, cuando somos niñas no hay límites, podemos ser cualquier cosa, incluso lo inimaginable.
Hace pocos días, mientras estábamos mi hija y yo en la iglesia, me puse en cuclillas simplemente para estar a su altura y motivarla a hacer lo que otros niños estaban haciendo: bailar; yo esperaba que al verme pequeña como ella se llenara de confianza y se pusiera a bailar como todos los demás niños, pero contrario a lo que esperaba, ella espontáneamente se puso en cuclillas también; no copió lo que los otros niños hacían sino lo que yo hacía, inmediatamente aterrizaron en mi cabeza los recuerdos de mi niñez cuando jugaba a ser maestra sin llegar a pensar que hoy por hoy en mi vida adulta lo sería y no precisamente de profesión sino de vida.
Las que somos madres somos maestras de vida de personas que siguen cada uno de nuestros pasos, de personas que nos observan con ojos de águila pensando que siempre haremos lo mejor, por lo tanto, está bien si ellos lo hacen también, personas que confían ciegamente en cada una de nuestras acciones, personas que son el reflejo de nosotras mismas.
¡Somos maestras!, no importa qué carrera hayamos estudiado, uno de los juegos más ordinarios de la niñez, al día de hoy, muchas de nosotras lo estamos haciendo realidad.
Qué felicidad el saber que existimos muchas maestras de vida para tantas personas hambrientas por aprender, pero también, cuánta responsabilidad por enseñarles lo mejor, por sembrar en sus mentes y en sus corazones el mejor de los ejemplos.
Hoy quiero aplaudir a cada una de nosotras porque se que desde lo más profundo de nuestros corazones estamos haciendo lo mejor y dando lo más que podemos para así graduarnos con honores de esta carrera y llegar a ser para nuestros hijos
las mejores maestras del mundo.
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