
Estamos atravesando el penúltimo mes del año y como es costumbre ya se empieza a sentir la agitación de las fiestas decembrinas entre la multitud de las almas. Luces, árboles, decoraciones de todo tipo, envolturas, regalos y todo lo que simbolice la Víspera Navideña se nos presenta frente a los ojos. Para muchos esta temporada es tan ordinaria como las anteriores pero para mí... para mí es especial y única como el regalo debajo del árbol que con abundante alegría abrimos por vez primera el día después de la Noche Buena y la única y poderosa razón de mi sentir tiene nombre, apellidos y once meses de edad, y es que a través de sus ojos pizpiretos, sus emociones repentinas y su dulce ingeniudad he podido mirar el ajetreo navideño desde la niña que alguna vez fui, esas luces, árboles y decoraciones tienen un brillo particular; es como si fueran un conector que va directo al corazón y emociones de mi hija; he sido testigo de la magia que en ella produce el observar una simple serie de luces de colores, las contempla con mirada incrédula y a la vez divertida y alegre tal vez preguntándose que serán esas cosas que prenden y apagan tan rápida e inesperadamente, quizás se pregunte por qué no se apaciguan, o por qué hay por todos lados, o de donde vienen esos colores tan brillantes...
Una simple ida al supermercado o un paseo por la colonia no son los mimos en estas fechas pues por todos lados desbordan esos maravillosos artefactos que hacen vibrar el corazón de mi pequeñita.
Estoy segura que este año no recibiré mejor regalo que el poder mirar cada una de sus expresiones, cada uno de sus gestos, cada una de sus miradas maravilladas; estoy segura que este año nuestros corazones estarán conectados por la magia de la vípsera; estoy segura que este año el árbol en mi casa será junto con ella los protagonistas de un cuento mágico y cautivador que llevaré grabado en mi memoria para siempre.
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