Todos guardamos en nuestra
memoria los recuerdos de los tiempos pasados, de los tiempos que ya no son, algunos
recuerdos los embaulamos en el fondo de la bonanza, y otros, en el vacío de la
oscuridad, cada quien elige en donde, y es que la memoria humana trabaja incesante
en los bamboleos de las vivencias sin importarle cuan dichosas o desastrosas hayan
sido.
Se viven, se registran, y se
ocultan en un recoveco de la mente a pesar del paso del tiempo.
En ocasiones, cuando el pasado se
vive como un nostálgico abrumado que no nos permite continuar con el
adrenalínico futuro sin la necesidad del sentimiento de añoranza, sin darnos
cuenta, podemos llegar a seducir de tal forma a la tristeza, que esta podría
llegar a convertirse en una sombra embriagante haciéndonos permanecer ebrios
ante los acontecimientos venideros.
Y es por eso que cuando mires las
fotografías de tu pasado, riendo o sollozando por lo que fue, ten en cuenta que
esas fotografías nos muestran enseñanzas para el presente que nos ayudarán a
construir nuestro futuro, todo es completamente un lejano ocurrido que no
transitará más por la carretera del hoy, algunas veces fue precioso, algunas otras
fue angustiante, así es, es parte de la vida, es parte de ser, es parte de
estar.
Toma el álbum fotográfico de tus
recuerdos, ábrelo, analiza foto por foto, cambia de página, regrésala si es
necesario, llega al final, y cuando termines, ciérralo, dulcemente ciérralo y
ponlo en el librero de lo remoto, de lo que fue, y cuando lo hayas hecho,
párate en la línea de tiempo de tu vida, mira al frente con los brazos abiertos
y respira los aires de lo desconocido, de lo nuevo, de lo extraordinario, así,
cuando voltees hacía atrás, verás tu pasado como lo que fue, sin añoranzas, sin
melancolía, sin frustración, y sí con la esperanza, el entusiasmo, la alegría y
la ilusión de hacer una nueva fotografía
llena de luz y color.
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