Y si me dieran a escoger entre el vaivén de las revoltosas mariposas y el acelerado palpitar del corazón, no habría asunto qué pensar, y es que sin dudar, escogería lo segundo sobre lo primero, por siempre y para siempre.
Casi todos los días muy temprano por las mañanas, antes de irme a trabajar, procuro cruzar la calle para llegar al parque que se encuentra frente a mi casa con el objetivo de pasear a mi hija en su carrito; es una rutina que no hace mucho tiempo comencé a adoptar. En cada paseo he podido descubrir lo mucho que mi hija disfruta ese pequeño recorrido que abraza un perímetro de cuatro cuadras en donde ella observa e interactúa con su entorno y con las personas que también caminan por el parque, esas personas, en su mayoría de la tercera edad; es muy agradable ver como algunos de ellos, se han ido familiarizando con mi bebé al grado que ya hay personas que se acercan a saludarla. Hay una señora en particular que me alegra las mañanas cuando se acerca a mi hija y con ternura la comienza a piropear, sus comentarios se sienten tan naturales, espontáneos y llenos de luz, que con tanto gusto le respondo con una gran sonrisa, y justo al final de sus oraciones se despide con u...
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