
A cada segundo de nuestras vidas nos vamos encontrado con personas o circunstancias que nos provocan externar la parte de luz u oscuridad que se encuentra inmersa en nuestras entrañas, desde una simple respuesta o reacción no esperada hasta la suave y sutil demostración de afecto que se incrusta en la memoria.
Cada día estamos expuestos a las
diferentes actitudes y personalidades humanas, esas que no podemos controlar,
que nos mantienen a la expectativa, que no nos corresponde maniobrar, esas que
en ocasiones nos dejan pensando si recibimos lo que se esperaba haciéndonos
sentir que llegamos airosos a la cima de una montaña, o que simplemente nos
dejaron caer desde el último piso de un edificio muy alto en donde al momento
del impacto se destruyó la magia esperada del momento, o brillamos o nos opacamos:
¡luciérnaga intermitente!.
Para bien o para mal no espero
obtener menos de lo que mi mente disparatada e idealista imagina, en mí, las
emociones son tan intermitentes como la luz que irradian las brillantes luciérnagas,
un gesto noble me hace resplandecer sin control desde lo más profundo de mi
interior, y un acto inesperado que considere gris me hace por un momento, aniquilar
súbitamente ese fulgor tan característico y único de mi ser radical, y a pesar
de todo, mañana a mañana, abro mis ojos esperado brillar más que el día
anterior sabiendo que no permitiré que nada ni nadie me apague, no importa
qué, no importa quién, solo me permito ser intermitente, pero mi brillo… ¡nunca
a cero, nunca desvanecido, nunca muerto!, abro mis ojos luchando contra ese afán
mío de idealizar los momentos, a las personas, temiendo que la magia no esté a
la altura de mis expectativas soñadas.
Es complicado, lo sé, pero más complicado sería existir opaca, sin luz, sin brillo.
Es complicado, lo sé, pero más complicado sería existir opaca, sin luz, sin brillo.
Intermitente ¡pero nunca apagada!.
Comentarios
Publicar un comentario